Después de la huelga del sector público, hay que incrementar la presión ante los recortes de Rodríguez Zapatero y la inminente reforma laboral. El plan de ajuste en el Estado español, las medidas aprobadas en Grecia y los recortes anunciados por Merkel en Alemania muestran que estamos entrando en una nueva fase de la crisis con nuevas medidas marcadas por el endurecimiento de los ataques contra los derechos sociales.
Los recortes llevados a cabo, tanto por gobiernos conservadores como de centro-izquierda, muestran claramente cómo la socialdemocracia europea no tiene una agenda propia de salida a la crisis diferenciada de la derecha, más allá de gestionar los intereses del gran capital. Esta situación plantea, más que nunca, la necesidad de articular una agenda de ruptura con esta política y de coordinar la respuesta social a escala europea.
En el transcurso de este año y medio después del crack de Wall Street, las resistencias a los intentos de transferir el coste de la crisis a las y los asalariados han sido débiles. De hecho, hay un sesgo muy grande entre el descrédito del actual modelo económico y su traducción en acción colectiva. Conflictos y resistencias han habido, y algunos relevantes, pero han tenido una base social limitada y dificultades para trascender a los sectores militantes organizados y más activos. El miedo y el escepticismo sobre la posibilidad de cambiar las cosas han predominado más, hasta ahora, que las ganas de luchar y el convencimiento de que es posible un punto de inflexión hacia otra dirección. Son necesarias victorias concretas que demuestren la utilidad de la acción colectiva, que den confianza, que aumenten las expectativas de aquello posible y que permitan acumular fuerzas.
El endurecimiento de las medidas anticrisis exige un salto cualitativo en la organización de la respuesta social. Ahora, toca una huelga general. Parece que, finalmente, los sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT, podrían convocarla. La intensificación de los recortes sociales empuja, a contrapié, a los grandes sindicados a una política más orientada hacia la movilización, pero sin romper con su política de concertación, propia de un modelo sindical burocratizado e institucionalizado que fomenta la pasividad y la resignación.
La huelga general es necesaria. Pero no se trata de convocar una huelga de un día, de forma administrativa, y al día siguiente seguir haciendo lo de siempre, sino que ésta se tendría que enmarcar en una estrategia de movilización sostenida. Con una huelga de trámite no basta para detener los recortes sociales ni la política actual. Hay que empujar con fuerza desde bajo y seguir trabajando para el desarrollo de un sindicalismo combativo y alternativo, que tenga como prioridad fomentar la participación cotidiana de las y los trabajadores y difundir unos valores y una conciencia anticapitalista, internacionalista y solidaria.
Josep Maria Antentas y Esther Vivas - corriente[a]lterna
Los recortes llevados a cabo, tanto por gobiernos conservadores como de centro-izquierda, muestran claramente cómo la socialdemocracia europea no tiene una agenda propia de salida a la crisis diferenciada de la derecha, más allá de gestionar los intereses del gran capital. Esta situación plantea, más que nunca, la necesidad de articular una agenda de ruptura con esta política y de coordinar la respuesta social a escala europea.
En el transcurso de este año y medio después del crack de Wall Street, las resistencias a los intentos de transferir el coste de la crisis a las y los asalariados han sido débiles. De hecho, hay un sesgo muy grande entre el descrédito del actual modelo económico y su traducción en acción colectiva. Conflictos y resistencias han habido, y algunos relevantes, pero han tenido una base social limitada y dificultades para trascender a los sectores militantes organizados y más activos. El miedo y el escepticismo sobre la posibilidad de cambiar las cosas han predominado más, hasta ahora, que las ganas de luchar y el convencimiento de que es posible un punto de inflexión hacia otra dirección. Son necesarias victorias concretas que demuestren la utilidad de la acción colectiva, que den confianza, que aumenten las expectativas de aquello posible y que permitan acumular fuerzas.
El endurecimiento de las medidas anticrisis exige un salto cualitativo en la organización de la respuesta social. Ahora, toca una huelga general. Parece que, finalmente, los sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT, podrían convocarla. La intensificación de los recortes sociales empuja, a contrapié, a los grandes sindicados a una política más orientada hacia la movilización, pero sin romper con su política de concertación, propia de un modelo sindical burocratizado e institucionalizado que fomenta la pasividad y la resignación.
La huelga general es necesaria. Pero no se trata de convocar una huelga de un día, de forma administrativa, y al día siguiente seguir haciendo lo de siempre, sino que ésta se tendría que enmarcar en una estrategia de movilización sostenida. Con una huelga de trámite no basta para detener los recortes sociales ni la política actual. Hay que empujar con fuerza desde bajo y seguir trabajando para el desarrollo de un sindicalismo combativo y alternativo, que tenga como prioridad fomentar la participación cotidiana de las y los trabajadores y difundir unos valores y una conciencia anticapitalista, internacionalista y solidaria.
Josep Maria Antentas y Esther Vivas - corriente[a]lterna
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